Negamos lo obvio

La vida está más allá del conocimiento como hombres
Está, más bien, en el sentir como seres vivos. Donde desde lo más profundo, sincero, humilde y honesto; es que podemos ver la Vida tal y como es, y disfrutarla al máximo.
Pero, por no ver la realidad -que nos hace pequeños- somos capaces de negar lo obvio.
Lectura del libro del Eclesiastés 1, 2-11
¡Vanidad de vanidades! —dice Qohélet—.
¡Vanidad de vanidades; todo es vanidad!
¿Qué saca el hombre de todos los afanes con que se afana bajo el sol?
Una generación se va, otra generación viene, pero la tierra siempre permanece.
Sale el sol, se pone el sol, se afana por llegar a su puesto, y de allí vuelve a salir. Sopla hacia el sur, gira al norte, gira que te gira el viento, y vuelve el viento a girar. Todos los ríos se encaminan al mar, y el mar nunca se llena; pero siempre se encaminan los ríos al mismo sitio.
Todas las cosas cansan y nadie es capaz de explicarlas. No se sacian los ojos de ver, ni se hartan los oídos de oír.
Lo que pasó volverá a pasar; lo que ocurrió volverá a ocurrir:
nada hay nuevo bajo el sol.
De algunas cosas se dice: «Mira, esto es nuevo». Sin embargo, ya sucedió en otros tiempos, mucho antes de nosotros. Nadie se acuerda de los antiguos, y lo mismo pasará con los que vengan: sus sucesores no se acordarán de ellos.
/> Al parecer, estas palabras llaman al pesimismo más profundo.
Parece que nada se pueda hacer, pues todo está inventado; todo funciona siempre de la misma manera; todo está al margen de lo que el hombre hace, mientras que existe algo a lo que todo obedece.
El hombre se afana en regodearse en sus vanidades, como si eso le ofreciera algún triunfo o tuviera impacto alguno sobre lo creado. Como si eso le diera alguna importancia; siendo que lo único que nunca ha dejado de existir y que siempre persiste, es el planeta, su cielo y estrellas, su sol, el viento, las mareas...y, en definitiva, con su hacer diario, que es "siempre el mismo", sin que eso cambie algo en algún momento.
Nada cambia, porque en ese afanar y esa vanidad en la que el hombre no deja regodearse, no le permite ser humilde y preguntarse: ¿de qué sirve?.
Cuando esto se escribió, a Jesucristo ni se le esperaba. Es decir, nada se sabía de Él, ni lo que vendría a significar un día.
Aún así, cualquier hombre, de cualquier época, de haber mirado a la Vida con algo de humildad y respeto, se hubiera dado cuenta de que existen dos tipos de vida para el hombre:
1. La que conforma con sus propias leyes y normas, y, por tanto, que puede modificar.
2. La que se da a su alrededor, en su interior, y la que puede intuir más allá de donde su conocimiento puede alcanzar; sin que pueda modificar absolutamente nada.
Entonces, si eso hubiera sido así, el hombre podría haber llegado a la conclusión, de que sería más efectivo construir un mundo en torno a las leyes naturales y sino de la Vida, que hacerlo bajo el afán de su vanidad.
Está claro que esto nunca se ha dado, si no, no estaría el mundo como está.
Así que esto no va de ser pesimistas, sino de querer ver la realidad y hacer lo posible por ajustarse a ella, y no, a la vanidad del ser.
[...] El libro Eclesiastés, llamado también “Qohélet”, nombre que viene a significar: “el hombre de la asamblea”, el maestro o el predicador; es un libro de sabiduría escasamente religioso, su idea básica es una desilusión sobre la vida: “vanidad de vanidades y todo vanidad”.
Esta idea básica de desilusión sobre la vida, se produce por pretender estar por encima de la propia vida y utilizarla al antojo de la mentalidad humana.
De verla como la obra más hermosa e increíble, el hombre podría verse así mismo, siendo parte integral de semejante belleza y perfección; viéndola más como regalo inmenso -que ni merecemos-, que como una desilusión.
Algún día, -¡algún día!- deberíamos de dejar de ser los eternos ingratos, soberbios e ignorantes que somos, para construir una vida en torno a la única Vida que existe. Porque si hay una vida que desilusiona profundamente, es la que nosotros construimos, desde un pensamiento miserable y mezquino.
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