Comunión espiritual

El pan y el vino simbolizan la entrega total y absoluta
[...] El pan y el vino transformados son verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo y no son meros símbolos. Cuando Cristo dijo “Éste es mi cuerpo” y “Ésta es mi sangre”, el pan y el vino se transubstancian. Aunque el pan y el vino parecen iguales a nuestras facultades humanas, en realidad son el verdadero cuerpo y la verdadera sangre de Jesús.
[...] Jesús se nos da en la Eucaristía como alimento espiritual porque nos ama. Al comer el Cuerpo y beber la Sangre de Cristo en la Eucaristía, nos unimos a la persona de Cristo a través de su humanidad. «El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él» (Jn 6,56). Al estar unidos a la humanidad de Cristo, estamos al mismo tiempo unidos a su divinidad. Nuestra naturaleza mortal y corruptible se transforma al unirse a la fuente de la vida.
/> Jesús bendice el pan y lo reparte entre sus discípulos, diciendo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.»
Después de cenar, hizo lo mismo con la copa, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.»
Con esto da a entender que Su entrega por la humanidad es total. Se entrega totalmente, y se sacrifica por todos, para que quedemos liberados del Mal, y sea un comienzo de una nueva alianza, donde el Amor puro es la llave para alcanzar el Reino de su Padre.
Esto es lo que se quiere rememorar con la Eucaristía, donde Jesús se nos da como "alimento espiritual", reconociendo en el pan y el vino consagrados, ese inmenso sacrificio, y quedando llenos de Su Espíritu. Es decir: interiorizamos el amor más puro y auténtico, y que nos sirva de ayuda, de fuerza y de recuerdo: de que podemos dejar de hacer el mal hacia los demás y la vida; de que podemos "ver" con amor, bondad y benevolencia.
Como dice la Palabra: Al estar unidos a la humanidad de Cristo, estamos al mismo tiempo unidos a su divinidad.
Creer en Jesucristo es un acto de fe, uniéndonos a Él de manera simbólica, (como en la última cena), y a través de la espiritualidad y físicamente. Verdaderamente, el pan y el vino quedarían transformados en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. Es decir, "de sus propias partículas". Lo que significaría, a su vez, que, físicamente, Jesucristo entraría en nosotros, pero también en su divinidad. Es decir, también en lo que su energía supone, y que es la misma que la de Dios Padre (porque son una misma divinidad junto al Espíritu Santo). Es la misma divinidad de la que todo esta creado (visible o invisible).
De ahí los milagros, como la sanación de la oreja del soldado romano que fue cortada por Pedro, y que quedó intacta.
Por tanto, el pan y el vino al ser consagrados, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Es decir, que han tomado sus propias partículas; así al ser ingeridas no es que nos cambien, sino que suponen una semilla. La semilla de Jesucristo entra en nosotros, pudiendo crecer y dar fruto, o morir, en función de los nutrientes y cuidados que se le ofrezcan. Somos nosotros los que tenemos que preparar nuestro interior (a modo de tierra) para que esa semilla germine y llegue a su máximo esplendor, o no.
Jesús siempre decía a los que quedaban sanados: "...Tu fe te ha curado, o te ha salvado".
Por otro lado, recibir a Jesucristo de manera espiritual, es recibir su divinidad a través del Espíritu: su energía.
Esa energía siempre está presente en todo y en todas partes, pero al comulgar de manera espiritual no se recibe esa semilla directamente en nuestro interior, sino que somos nosotros mismos los que hemos de interiorizarla. Interiorizar esa energía y permitir que nos llene.
Al final, de lo que se trata, es de creer espiritualmente y pedir perdón por lo malo que se ha hecho (de manera profunda, honesta y solemne) y querer cambiar para ser personas buenas y hacer el bien. Y es entonces, cuando se da una conversión, desde el pensamiento y comportamiento malo, hacia un deseo puro, con un pensamiento y comportamiento bueno.
De ahí, que el creyente elija abstenerse de comulgar sacramentalmente, cuando sabe que ha hecho mal.
Sabe que ha de desprenderse de esa maldad, de manera sincera y verdadera, antes de volver a recibir interiormente la semilla de Dios y lo que ello representa.
La razón o el hecho de que no se quiera confesar los pecados y recibir a Jesucristo sacramentalmente, es algo particular y de cada uno. Por algo se nos concedió el libre albedrío. Y es que si no sale de uno mismo, no hay nada que hacer.
Recibir físicamente el pan, significa hacer visible que se cree fervientemente en Jesucristo y lo que representa:
El Cuerpo: lo físico: los actos del Bien.
Y la Sangre: lo del corazón: el sentir: el Amor pleno.
Significa, mostrar que se desea seguir los pasos del Bien y de sus designios. Pero también hacia uno mismo: Realizar ese acto solemne, nos llena de humildad y nos recuerda el compromiso que aceptamos.
Pero esto siempre será de manera espiritual, y se llevará a cabo porque, "voluntariamente, se desea creer y se desea elegir ese camino", no porque Jesucristo entre físicamente en el cuerpo humano, sino por creer que eso es lo que ocurre: "que va dentro de uno". Con lo que se debería hacer el bien con más ahínco y perseverancia, ya que llevamos el Espíritu de Jesucristo en nuestro interior. Pero esto no es algo que garantice nada, ya que es uno mismo quien ha de elegir cómo sentir, qué pensar y cómo actuar.
A veces ocurre, que hacemos este acto de manera rutinaria, sin pensar en lo que todo este ritual significa; lo que es lo mismo que nada. Solo se aparenta. Ese acto ya una mentira en sí mismo. La semilla muere dentro de nosotros y desaparece.
Otras veces se realiza la comunión y se va a misa, pero desde que se sale de la iglesia se sigue siendo "como de siempre". Es decir, se sigue siendo el mismo tipo de persona que entró a arrepentirse por lo malo que ha hecho, que ha pedido perdón por ello, y que ha comulgado al ser perdonado; pero que no ha cambiado ni un ápice su pensamiento y manera de actuar.
Está claro, que si no se siente de verdad y profundamente en lo que hacemos y pensamos, de nada sirve tener fe y creer en lo que se dice creer.
Cuando no se comulga sacramentalmente, se dice que se hace de manera espiritual. Pero esto se hace en todos los casos.
Comulgar espiritualmente, se piensa y se cree igual, pero uno lo hace para sí mismo y para Jesucristo, sin mostrarlo a los demás.
Se elija una opción u otra, el compromiso con Jesucristo no debería ser diferente, y lo que sí mostramos todos, es nuestra manera real de ser al convivir con los demás. Y siendo que la hipocresía es lo que impera en la sociedad, no resulta nada extraño el que vivamos en la mentira y la apariencia permanente, siendo que los primeros en quedar defraudados seamos nosotros mismos, y hacia nosotros mismos.
Imagen: adonesFAO (Px)
Comentarios
Publicar un comentario